La ruta de las latas vacías

Un mundo enorme, de trabajo y transformación, mueven las latas vacías. Desde que la tirás al suelo, en la cancha, en la vereda, vuelve a vos en tan solo 45 días. Unos 125.000 trabajadores forman parte de una economía gigantesca y trasnacional. Aquí, la ruta de las latas vacías.

Julio Benegas Vidallet

Es una mañana nublada en Asunción. Tito se despereza en un cobertizo de un negocio cerrado sobre Oliva. Su cabello, antiguamente lacio y largo, es pura greña ya, y sus huesos se han chupado las carnes. Es moreno intenso. En pandemia empezó a ocupar los recovecos del centro de Asunción, luego de que su madre ya no lo pudo aguantar. Lo echó de la casa cuando, luego de sus ropas y los platos, vendió la garrafa al comisario (así se le llama al prestamista reducidor de su barrio).

“Con el chespie (crack) no se juega, mi hijo, con el chespie no se juega”, le advertía ya por entonces la madre.

En el centro intentó vivir de aritos y pulseras, pero en esa época, pues, ese mundo era fantasmal y los “otros” eran solo un peligro. Y la fisura (síndrome de abstinencia) era cada vez más frecuente y más intensa.

A su costado izquierdo, hay restos de comidas que juntó del basurero.

Su mirada vaga por un túnel desconocido. Y tose, tose al mismo tiempo en el que, ya recostado en la pared, intenta prender la piedrita, ese residuo de la cocaína que ahora se mezcla con otros residuos.

“Hasta con la virulana le bajan hoy”, esgrime Ferchu, el dueño de una despensa sobre Teniente Fariña entre Yegros e Iturbe.

Al costado izquierdo de su frágil existencia, en una bolsa de plástico, sus latas vacías. Latas de cerveza. Las latas que juntó en la ronda nocturna. Ya son pocas, cada vez más pocas, como su propia existencia.

 

Es el primer lunes de mayo de 2025. El tercer tiempo entre colegas. Pepe Vargas oficia de Dj. Ha pasado de Los Redondos a Vinicius. Las latas vacías se extienden a los costados de la pared del Club Colón y en el centro de la vereda. De pronto se rompe el pacto silencioso de no hablar del clásico.

“Una derrota más de Cerro”, arriesga Taguide Picanerai. Nadie quiere soltar la primera piedra.

En tanto se instala el tema, Ramiro, alto, barba rala, en zapatillas, recoge las latas. Todos le pasan sus vacías. Una hora después, a Ramiro le sucede una persona muy silenciosa, como ofuscada, que menea la cabeza todo el tiempo. De unos 30 años. La escena se repetirá en una hora con otra persona y si continúa un poco más la evaluación futbolística, los trabajadores de latas vacías harán su última vuelta. Y bajan por Colón hacia los bañados.

Cada lunes se renueva la tropa de recolectores de latas vacías.

-Qué se hace con las latas vacías-, dispara la pregunta Mikel, el vasco.

Se recicla

-Pero qué se hace luego

 

Apoyo familiar

En el empleo doméstico, Beti (Beatriz Chamorro) tiene varias paradas laborales. En una de las paradas, Barrio Jara, nos atiende. Ella junta latas vacías de sus tantas paradas laborales y “por el camino, por la calle”. Ella y su hermana Vivi entregan a otra hermana, que a su vez recoge, principalmente de los terceros tiempos de los partidos en la cancha del barrio. La cancha San Juan. El centro de la congregación vecinal.

Ella otra vez le lleva “a un señor que le compra a ocho mil o diez mil”, nos comenta ya camino a su casa, a través de la calleja Dublín, una cementada, llena de árboles y casitas. Es un antiguo asentamiento, a unas cuadras (hacia el río o la Costanera) de la calle Artigas. De 54 años, ella ya nació en ese asentamiento que sus padres, Ña Francisca y Don Antero, fundaron en los años 50.

Ahí tuvieron y criaron a sus 12 hijos, nueve mujeres.

Cuando eso, recuerda Francisca (cuya foto con el Papa Francisco se hizo famosa), toda esa zona, inundable, se poblaba de precarias olerías. La gente del campo, migrante, le fue ganando, a fuerza de trabajo, hasta convertirlo en un lugar de vida. Ahora, con La Costanera Norte, ha quedado en una especie de palangana.

“Antes nos íbamos a refrescarnos o a pescar. Ahora, con el alto muro, quedamos en un embudo”, arriesga.

El extra

Elisa Barrios, de Santa Ana, Bañado Sur, hace lo propio en sus recorridos de Delivery. Junta latas vacías. “Es un extra, y salva cosas. Estoy engordando el chanchito”, nos cuenta, con una media sonrisa, al señalar que junta para venderlas en noviembre.

Piensa hacer G. 600 a 700.000. “Algo es algo. Ayuda, salva”.

El primer puerto

Es un lunes cálido, con abrasadora humedad, en la ciudad de Asunción. En la calle Mómpox la gente se cruza como en un mercado. Es una de las calles principales de La Chaca (Barrio Ricardo Brugada). Al lado de la iglesia Santa María Goreti, en un salón, vallado con grueso metal, un solitario hombre, de unos 50 años, aguarda a sus clientes. Un cartel maltratado por el tiempo anuncia la compra de aluminio, cobre y baterías viejas.

Un poco antes, dos señores, con barba hasta el pecho, se rebuscan en dos enormes bolsas. Buscan latas vacías para llevar al salón. Lo hacen con impaciencia. Encuentran pocas. Es que “todo el mundo ya recicla latas”, nos comenta Brisa González, trabajadora de un centro comunitario.

-Ocho mil- vocifera el señor sin dejar de mirar el celular cuando le preguntamos el precio por kilo de las latas vacías. El señor es un reciclador de base. Recicladores de base se les dice a los primeros acopiadores, de barrio, entre estos, esas familias a las que se las ve en motocarro y se les escucha por las calles diciendo: “compro aluminio, metal, batería vieja…”

Intentamos bajar por Florencio Villamayor, esa calle cintura de la Chacarita, para llegar junto a nuestra próxima entrevistada, Ña Leticia, pero nuestra baqueana nos advierte que más abajo las cosas están muy mal. “Hace rato que ya no bajamos”.

-Por qué tan mal. Por qué.

-Y bueno, son muchas cosas.

La próxima escala

Los trabajadores de El Rubio, con sus uniformes de protección. Foto Gentileza.

El Rubio se llama un centro de acopio en Fernando de la Mora, Zona Sur, sobre Soldado Ovelar, en la esquina del colegio Nighon Gako. Está ubicado ahí hace 40 años.

A la tarde, unos 30 carritos llenos de materiales reciclables toman la calle.  Nos habían advertido que entre los centros de acopio muy poca gente quiere hablar (ya lo habíamos confirmado con uno de San Lorenzo), pero Julia Gómez nos atiende con un humor de otros tiempos.

Cartón, plástico, isopor y aluminio. Se pesa y se paga. Su centro de acopio, El Rubio, paga 11.000 el kilo las latas vacías y luego las vende a 13.000 a Brassur, el mayor acopiador del país, y la primera fábrica transformadora.

“Es muy poca la ganancia y es mucho trabajo, hay que mantener personal (aproximadamente 14 trabajadores a destajo), lugar, servicios básicos, comida”, dispara Julia, en una parada del enorme trabajo que le toca dirigir.

“Lo hago en memoria de mi padre (El Rubio) y porque creo en el reciclaje. Cada vez que pienso que con la reutilización de los materiales estamos ayudando al medio ambiente y a la vida en general, se renuevan mis ganas”, resume, convencida y tenaz.

Solo en los alrededores (Ñemby, Ypané y Villa Elisa), Gómez reconoce la existencia de al menos 50 centros de acopio como el suyo.

Estos centros de acopio pululan en todo el país. La Fundación Moisés Bertoni tiene un registro de aproximadamente 2.500 lugares. Estos reciben las latas recogidas por unos 125.000 recicladores de base en Paraguay. Las latas se recogen de enfrente de las casas, de restaurantes, de bares, eventos e incluso en los vertederos, nos cuenta Ximena Mendoza, de la Fundación.

De los tantos trabajadores que recorren recogiendo "aluminio, plástico, cobre, baterías viejas...". Foto tomada por Daniel Ñamandu en los días de este reportaje.

¿Adónde envían estos centros de acopio?

Hasta acá la materia prima no ha sufrido transformación alguna. Ya no es necesario aplastar como antiguamente se hacía. Si se aplasta ahora es básicamente para comprimir el volumen.

“Antes, era mucho trabajo. Nosotros aplastábamos las latas luego de juntarlas y seleccionábamos en nuestra casa para llevar a los lugares de acopio”, recuerda Brisa.

Sobre el acceso Sur, frente a Coca Cola, una enorme planta de acopio y mínima transformación de latas vacías se yergue. Es Brassur. Ahí, unos 200 trabajadores se organizan al día para recibir las latas vacías, acondicionarlas en los depósitos y pasarlas luego por una prensa. Aunque mínima, por el volumen condensado parece una importante transformación.

Unas máquinas se chupan las latas, las embuten y estas salen en cuadraditos prensados. Listas para entrar en fundición, nos cuenta el director de Brassur, Carlos Mangabeira.

“Brassur tiene la gestión en Paraguay del acondicionamiento y el posterior envío a la planta de Novelis, San Pablo, una multinacional de Brasil”, nos comenta este señor que tiene en la punta de los labios los datos sobre el recorrido y los volúmenes de las latas vacías.

En Novelis

Novelis es la fábrica más grande del mundo en laminación y reciclaje de aluminio. Propiedad de Hindalco Industries Limited es, a su vez, una empresa del Aditya Birla Group, cuya matriz se encuentra en Georgia, Estados Unidos. Teje una red internacional muy amplia.

Allí se funden y se rehacen en lámina de aluminio. Esas láminas vuelven a Paraguay para que la industria Ball Paraguay, otra multinacional con sede en Estados Unidos, ubicada también en el Acceso Sur, a la altura de Guarambaré, la convierta de nuevo en latitas.

Para todas las cervecerías en Paraguay: Pilsen, Munich…

“El 99 por ciento de las latas vacías se recicla”, nos comenta Ximena.

El ciclo desde que alguien tiró al suelo o dejó en el basurero la latita vacía hasta que llega de nuevo, en formato lata con cerveza o gaseosas, “es menor a 45 días”, asegura Mangabeira.

Los volúmenes

Según Mangabeira, Brassur envía por mes a Novelis mil toneladas aproximadamente.

Brassur compra a G. 13.000 el kilo las latitas. En su conjunto, recicladores de base y acopiadores reciben entonces unos G. 13 millones por tonelada. Es así que esta maquinaria de reciclaje, en sus niveles de base y acopio, mueven unos G. 13.000 millones al mes, cerca de dos millones de dólares.

Entre todas las cosas recicladas, las latitas vacías “son las que generan mayor ingreso”, asegura Mangabeira.

Es una reutilización indefinida: El aluminio recuperado, “una vez seleccionado y prensado, se funde y con él se fabrican nuevos lingotes de aluminio que se utilizan para cualquier aplicación”, nos cuenta en su portal la empresa Brassur.

La industria de las latitas vacías no solo alimenta el mercado interno paraguayo. Envía latitas vacías a Argentina, Brasil y Bolivia.

Ahí entran otros grandes jugadores de la rueda: Los camioneros de Binacional. Es una empresa afincada también en Guarambaré, cerca, igualmente, de Ball Paraguay. Al igual que dos empresas más, se dedica al transporte de latas vacías.

Entre socios brasileros y paraguayos, cuenta con unos 310 camiones. Estos camiones ingresan a Ball sin el conductor. Ahí se cargan las latas. El cuerpo por un lado y la tapa por el otro, en camiones diferentes.

Esta empresa, con sus camiones, lleva a Bolivia y San Pablo, eventualmente. Las latas, que van en palet, en su conjunto alcanzan unos 2700 Kilos. Van tranquilas, sin muchos contratiempos en el peso (son camiones para 40 toneladas), pero tardan dos o tres días en las fronteras, por los trámites. Y deben cuidarse de la humedad. Las latas deben llegar secas, súper secas, nos cuenta Rodrigo Bachem, el encargado en Binacional de que todo salga bien y se pueda cobrar sin muchos retrasos unos dos mil dólares por carga.

Y a la vuelta, pues, traen otra vez cerveza.

La rueda perfecta para quienes gustan de una bien fría.

 

Créditos

Foto de portada: trabajadoras del vertedero Cateura, de Elisa Mareco. Aunque ahora las latas casi ya no llegan a Cateura, elegimos la foto de Elisa por el alto valor técnico y pictórico.

Foto interna de la pareja en carrito, Daniel Ñamandu.

Foto de latas vacías: Leticia Correa

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