El pool tecnológico y la cultura pop

“Son las nociones modernas de democracia institucional y de soberanía de los Estados nacionales las que quedan eclipsadas, para mí, en estas imágenes de la asunción de Trump, con los Mark Zuckerberg, los Jeff Bezos, los Elon Musk cumpliendo formalmente para la platea su papel de invitados cuando en realidad son los dueños del capital que financia las campañas y que pone los gobiernos”, esgrime en esta entrevista con El Prima la escritora y filósofa Montserrat Álvarez.

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-Estimada Montserrat, ¿cómo ves esta puesta en escena de los conglomerados tecnológicos en la asunción de Donald Trump?

Entiendo que, al ver las fotos de la asunción de Trump, muchos digan que Silicon Valley se ha convertido al credo trumpista, y que expliquen, o crean explicar, esta conversión como parte de un ascenso global de la ultraderecha. Es un modo insuficiente de verlo, porque, como sabemos, las posturas políticas, las ideas, los valores en general son un epifenómeno, como la espuma que sube a la superficie del vaso, mientras que la verdadera sustancia, la cerveza que produce esa espuma, está debajo. Yo prefiero dirigir la mirada a esa sustancia de las condiciones materiales y las bases económicas cuyas burbujas aparecen en la superficie como espumosos cambios de posturas políticas; en este caso, como el paso de aquella hostilidad entre Trump y Silicon Valley que resultaba notoria en 2016 a su alianza explícita ahora, en 2025, manifiesta en esta puesta en escena. —-

Bueno, y entonces, ¿qué otras miradas se pueden cruzar?

Estamos asistiendo a la creciente concentración de poder económico y político en manos de unas pocas corporaciones tecnológicas gigantes, las Big Tech, que controlan una tecnología de la que todos dependemos para cada vez más cosas, desde la comunicación hasta el trabajo, pasando por la movilidad, las transacciones y el consumo básico de bienes y servicios, etcétera, y que no solo nos imponen unilateralmente las condiciones de uso de esta tecnología de la que ya no nos es posible prescindir ni escapar, sino que además, forzados como estamos a utilizarla, recopilan a través de esa utilización nuestros datos personales con o sin nuestro consentimiento y conocimiento. De modo que su poder no descansa solamente en su imparable acumulación de capital sino también en que controlan la información y los recursos digitales, y ese control que tienen las Big Tech de la información y de la tecnología les ha dado una capacidad sin precedentes para influir en la sociedad, en la economía y en las decisiones políticas de los gobiernos.

-Entonces, ¿qué significa esta puesta en escena de los conglomerados tecnológicos en la Asunción de Trump? ¿Significa que Trump se ha metido a estos magnates en el bolsillo?

No: significa precisamente lo contrario. Que la Casa Blanca gobierna para ellos. Por eso me hace gracia que muchos de mis amigos piensen todavía en términos de antiimperialismo del siglo XX, como si los gigantes tecnológicos no operasen más allá del alcance de las regulaciones nacionales y como si estas pudieran escapar a su influencia y finalmente a su dominio, sea abierto u oculto. Son las nociones modernas de democracia institucional y de soberanía de los Estados nacionales las que quedan eclipsadas, para mí, en estas imágenes de la asunción de Trump, con los Mark Zuckerberg, los Jeff Bezos, los Elon Musk cumpliendo formalmente para la platea su papel de invitados cuando en realidad son los dueños del capital que financia las campañas y que pone los gobiernos.

Montserrat Álvarez, escritora y filósofa española y peruana. Vive en Paraguay hace más de 20 años.

Volviendo a la metáfora de la espuma y la cerveza. De lo aparente y la substancia, ¿qué hay detrás de esta puesta en escena?

Que las ideas de Trump les gusten o no es lo de menos, es solo la espuma de la superficie: la necesidad de seguir reproduciendo y acumulando capital, esa inercia ciega y suicida que los obliga a priorizar sus intereses financieros por encima de todo y a manejar para ello –con nefastas consecuencias para los trabajadores, cada vez más precarizados, lógicamente– los gobiernos, eso es la cerveza.

-Trump anunció una inversión de 500 mil millones de dólares en IA. Parece un reposicionamiento de liderazgo en esa disputa con China.

Que el desarrollo industrial de China se ha vuelto molesto para Estados Unidos porque quiere mantenerla como país subordinado en un modelo dominado por capitales estadounidenses, mientras que la burguesía china comienza a buscar un desarrollo autónomo en el campo de la tecnología, es lo que he escuchado plantear a algunos conocidos, pero mi desconocimiento de los trasfondos de esta guerra tecnológico-comercial me impide opinar.

-¿Qué mundo se nos viene? Qué hábitos culturales desde la hegemonía ya aparentemente completa de los celulares, las redes, la IA…

Me preocupan particularmente dos cosas. Una, como parte de ese mundo que se nos viene: la concentración de poder y capital en unas cuantas corporaciones con demasiada influencia y acceso irrestricto a información personal en una sociedad cada vez más atomizada y más dependiente de las plataformas que esas corporaciones controlan. La otra, como parte de esos hábitos culturales: la proliferación de sucedáneos de realidad, de conocimiento, de arte, de experiencia, de pensamiento. Sucedáneos incluso de realidad histórica: retratos hechos con IA de escritores o filósofos que desplazan a sus imágenes reales, que se conservan y frecuentemente son de fácil acceso, falsas fotografías de décadas pasadas que desplazan a las verdaderas imágenes de archivo que tenemos, en muchos casos, a un clic de distancia, ideas adulteradas, facciones suavizadas, ciudades estilizadas, un imperio de estereotipos reconfortantes, vacíos, superficies satinadas, un nuevo mundo limpio de asperezas e imperfecciones, un neopasado Disney, una humanidad uniformemente instagrameada, sin lugar para nada que esté realmente vivo, terriblemente vivo, sin contradicción, sin horror, sin poesía.

-¿La sociedad y la economía, si pudiéramos separarlas, ya son virtuales?

A eso nos están arrastrando. Todavía –pero esto será por poco tiempo– podemos decir: No.

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