Gustavo Reinoso

2030: ¿Colapso energético o final feliz?

Al exceder medio siglo de edad se amontonan, en mi decepcionada memoria, catástrofes apocalípticas profetizadas que no sucedieron. Por el tiempo que pisaba el umbral de la adolescencia el  cometa Halley se aproximaba al planeta cargado de malignos presagios. Su presencia en el firmamento, que se auguraba espectacular, devino discreta e insignificante. Años después sobrevino el cambio de siglo. El año dos mil prometía un fallo universal de las computadoras en el orbe y en las imaginaciones más prolíficas, audaces y crédulas la colisión de la tierra con un colosal e invisible planeta Nibiru.

El año dos mil llegó y se fue, la falla informática fue oportunamente conjurada y Nibiru faltó a la cita.

Una interpretación del calendario de los antiguos mayas vaticinó el fin del mundo para una fecha concreta: el 21 de diciembre de 2012. El terminante anuncio fue aprovechado por los productores hollywoodenses. La Columbia Pictures contrató al máximo exponente del cine pasatista y efectista estadounidense de principios del presente siglo: el director alemán Roland Emmerich. Con antecedentes como El Día de la Independencia (1996), Godzilla (1998) o El día después de mañana (2004), Emmerich demuestra habilidad para filmar secuencias de efectos especiales, acción y catástrofes, aderezados con una oportuna subtrama sentimental. Sus películas apuntan al éxito comercial masivo sin ninguna pretensión artística o intelectual. Filmes de ese tipo representan la mayor parte de su producción.

La película 2012 es arquetípica del cine comercial de gran presupuesto. Estrenada en noviembre de 2009, su trama relata cómo, en la fecha señalada por los antiguos mayas, se produce un desplazamiento de la corteza terrestre  que ocasiona un cataclismo global, así como la existencia de un plan secreto orquestado por las principales potencias del mundo para salvar a las máximas autoridades políticas y a los más adinerados de la tierra. Solo en cines la película recaudó cerca de ochocientos millones de dólares, superando con creces los doscientos millones que costó. En síntesis, un apocalipsis rentable para los accionistas de la Columbia Pictures.

Sobre la producción energética del Paraguay también se cierne una fecha fatídica: el cercano año 2030.  Según estudios realizados por la ANDE y el Viceministerio de Minas y Energías, para esa fecha la energía de fuente hidroeléctrica, proveniente de Itaipú, Yacyretá y Acaray no será suficiente para solventar el consumo de energía eléctrica del país. Marcaría entonces el final de la era de la abundancia energética y daría paso al racionamiento y a los cortes programados de energía eléctrica si no se toman las medidas necesarias para diversificar nuestras fuentes de generación eléctrica con antelación.

En números grandes, el Paraguay dispone actualmente de 58.000 GWh al año de energía suministrada por las tres centrales hidroeléctricas ya mencionadas, el país consume el 31% 18.000 GWh. Al ritmo actual de crecimiento del consumo vegetativo, la demanda superará a la oferta y tendremos un tétrico escenario de escasez de electricidad.

La perspectiva nos impone analizar que se está haciendo para sortear el cercano colapso energético. En una reciente comparecencia televisiva, el viceministro de Minas y Energía Mauricio Bejarano expuso sobre el tema. Enfatizó en la necesidad de convertir su Viceministerio en Ministerio para dotar a su repartición de la envergadura institucional necesaria para gestionar, en lo que compete a la administración pública, el sector energético. Además, mencionó proyectos legislativos tendientes a facilitar la participación del sector privado en la generación de energía eléctrica. En ese sentido, refirió como un logro relevante la promulgación de la ley N° 6977/2023, que legisla la participación de personas privadas en la generación de electricidad a partir de fuentes no convencionales renovables: biomasa, bioenergía, geotérmica, solar e hidrogeno verde.

Estas iniciativas, normativas y burocráticas, con ser necesarias no revisten el carácter crucial que poseen las obras de infraestructuras que generan energía. En este último aspecto el panorama es sombrío.

Las obras de maquinización de Aña Cuá en la represa de Yacyretá se encuentran paralizadas. El consorcio Aña Cuá WRT (Webuild-Rovella-Tecnodil) decidió suspender los trabajos en forma unilateral por desavenencias contractuales con la entidad binacional, creando incertidumbre sobre el objetivo final del emprendimiento: generar electricidad a partir del presente año 2025.

La ANDE incursiona, en dimensiones más bien modestas, en la construcción de plantas de energía solar de paneles fotovoltaicos en el Chaco. La primera de ellas, a treinta quilómetros de Bahía Negra, proveerá energía a la comunidad Ishir. Itaipú se encuentra en el proceso licitatorio de un proyecto que implica colocar paneles solares flotantes en el embalse de la represa. El gobierno tiene en carpeta proyectos a mediano y largo plazo como traer gas por gasoductos desde el noroeste argentino y construir usinas térmicas.

En resumen, esfuerzos que dan la impresión de ser insuficientes para paliar nuestro déficit en infraestructura instalada en el lapso que nos separa del temido 2030. La alternativa sería, finalmente, importar electricidad con los costos que eso implica.

Al final de sus fabulas apocalípticas, Emmerich siempre proporciona al espectador un reconfortante Happy End. Así sucede en 2012. Veremos si sucede lo mismo con la generación de electricidad en nuestro país. En caso contrario, nos espera un futuro distópico, de electricidad costosa, racionada e insuficiente.

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