Luego de ser pionero en telegrafía (1864), recién en los años 70 Paraguay vuelve a subirse a una escalada modernizante. En este reportaje, dos mujeres que vieron cómo de una precariedad absoluta pasamos a “una excelencia” hasta que, por lo menos desde la estatal (Antelco antes, ahora Copaco), “se dejó caer todo”. Graciela Congo (81 años) y Martha Peralta (72) nos acompañan en esta aventura.
Cada vez que viene al centro de Asunción, y recorre laderas de su antiguo barrio, La Chacarita, Martha se pregunta qué ha pasado con la capital y con este país.
Esa imagen se le llueve en nostalgia cuando se imagina ese mundo antiguo, popular, de trabajadores de tren, el puerto, los astilleros, la terminal de ómnibus y los negocios de alrededores de la Plaza Uruguaya. Esa imagen se le llueve, se borra, se hace barro.
“A veces me voy y miro mi barrio cómo se fundió”, exclama, triste. Esa misma tristeza le embarga cuando se pregunta en qué momento la Antelco (hoy Copaco) perdió todo el potencial, ese cúmulo de conocimiento técnico científico que, como ella, muchísima gente adquirió, sobre líneas, redes, cabinas de operaciones, telegrafías.
En qué momento el país “quedó en manos de los ladrones”, se pregunta.
Pero este reportaje no es para ponerse tristes. Si no para recorrer una historia que, hoy, con la abrumadora batería tecnológica (que un día 5G y mañana 10 G o Chat- GPT o nuevas redes), las comunicaciones de antes, no tanto tiempo, parecen cosas de la prehistoria.
Es historia moderna y aquí te la contamos, en la versión de dos pioneras.
Hija de electricista, Martha ingresó jovencita al Instituto Paraguayo de Telecomunicaciones (IPT), de la Antelco (Administración Nacional de Telecomunicaciones). Allí terminó el curso de tres años, en operaciones de telefonía y telegrafía con, entre otras, su maestra principal, Graciela Congo.
Al término del curso, la Organización de Estados Americanos (OEA) la becó a Brasil para especialización en redes, transmisiones y conmutación, siendo la primera mujer con especialización en el ramo.
Ya en su tiempo, el país tenía un canal directo de comunicación, fruto de una línea submarina y la estación terrena asentada en Areguá, en 1978. Le tocó una época de modernización de un país que no lograba, desde la Guerra Grande (1864-1870), reconstruir “su pasado glorioso” (las comillas son por la permanente referencia a ese pasado como glorioso), de ser pionero en instalación de telégrafos y fabricar vagones y rieles de tren, utensillos de hierro, municiones, armas, barcazas.

Antes de la estación terrena y el hilo directo de comunicación con el mundo, su maestra, Graciela Congo, sonríe. Luego suelta la carcajada. “Ay, compañero, lo que eran esos tiempos. Dependíamos de la Argentina. Una comunicación tardaba días. No nos daban pelota”.
Marta ya vivió ese período “dorado” del stronismo, que había atado alianzas con Alemania y Japón para iniciar la extensión de la telefonía y las comunicaciones en general.
Eran equipos de alto nivel de traslado que iban por el aire, por el cable. Marta manejaba todo el sistema desde el inicio del mensaje, los hilos, los almacenamientos, las cabinas y las redes.
“Las telecomunicaciones son un trabajo muy fino que requieren bastante especialización”, esgrime.
Efectivamente, en el mismo año en el que se instala la estación terrena de Areguá, Martha ingresaba, en 1978, a la Antelco, pero no fue así así nomás.
Con la especialización en mano se acercó a la oficina de entonces, y ahí le dijeron que no había vacancia. Luego de idas y venidas, la metieron en el departamento de planificación.
“Teníamos dos tecnologías, de plantas, de equipos grandes, de Alemania y Japón. Teníamos una tecnología bastante ágil”, sostiene.
En su tiempo, efectivamente, “teníamos una riqueza tecnológica”, con aparatos importados de Alemania y de Japón, principalmente, y con el cable submarino de transmisión. Ya no dependíamos de Argentina. Es más, ellos, en las zonas fronterizas, se “colgaban” de nuestras líneas.
Cuando la “revolución”, así le llama al golpe de Estado del 2 y 3 de febrero con el cual se lo derrocó a Alfredo Stroessner, ella pasó a operadora.
Las operadoras internacionales hablaban cuatro o cinco idiomas, nos cuenta.
Luego del golpe de Estado, se fundó el sindicato de la Antelco (ahora Copaco) y luego, una década después, participó, junto con su “maestra, mi profe”, Graciela Congo, en la fundación de la Central Unitaria de Trabajadores-Aunténtica (CUT-A).
La maestra

A su maestra la encontramos en su casa del barrio Las Mercedes, con el bastón en la mano. A sus 81 años, una intempestiva artrosis la sacó de sus actividades diarias de la CUT-a. Luego de 50 sesiones de fisioterapia, en lugares sin escaleras sigue con las reuniones de trabajo sobre trabajo infantil y trata. En su estado, dejó pendientes varios viajes que quiere, pronto, realizar.
“Dios sabe lo que hace”, dictamina.
Pero vayamos a su trayectoria en telecomunicaciones. Ella se recibió de técnica ya en 1964, en el IPT.
Cuando se murió un telegrafista, vinieron a buscarla.
Comenzó como telegrafista en el edificio del Correo (Alberdi y Paraguayo Independiente). Luego la enviaron a tráfico (telefonía), nacional e internacional. Y ya muy pronto se dedicó a la docencia en el IPT, donde fue profe de una gran camada de profesionales absorbidos por el boom de las telecomunicaciones en Paraguay.
A fines de los 70 y comienzos de los 80 se extendieron las líneas telefónicas, las cabinas y también los teléfonos familiares, en las casas de la ciudad. Las familias de comerciantes y profesionales de las ciudades instalaban en su casa un aparato a disco.
Pero antes de ese boom, antes de tener hilos conductores propios, las personas que atendían en el servicio internacional “eran esclavas de la Argentina. No teníamos conexión directa. Nos pasábamos días y días tratando de sacar nuestras comunicaciones. A veces una semana”, rememora Graciela.
Sin comunicación directa, todo dependía de Argentina. “Nos pasábamos días adulando, diciendo: “Asunción llamando”.
“Nunca nos respondían, eran unos miserables”, suelta, entre carcajadas.
Luego, cuando llegó la línea directa, como todo proceso, como todo tiene evolución, nos independizamos.
Igual cosa ocurrió con la transmisión de mensajes escritos, con la telegrafia, en la que “todo era lento” hasta que llegó el teletipo. El teletipo era una transmisión también telegráfica, pero con el ingrediente de que su matriz de escritura ya era una máquina de escribir y sus conductores eran muy sencillos.
A partir de esos dos grandes cambios, “todo fue distinto, o muchas cosas”.
Igual, los poblados rurales, o ciudades pueblo, la comunicación directa era escasa.
En Pilar, Ñeembucú, por ejemplo, se alzaba una banderita para hacerle saber a la comunidad que había una comunicación para fulano o fulana de tal, recuerda Graciela
En otras, en un alto poste se ubicaban los parlantes para avisar a la comunidad llamadas de Buenos Aires o Asunción.
Así se decía: “Pemorarandumi (fulano pe), oñehenói hína Buenos Aires gui” (infórmeles que tiene una llamada de Buenos Aires).
Entonces, la gente que llamaba debía esperar horas hasta que el mensaje llegara y alguien se acercara a la cabina telefónica de Antelco para hablar con sus seres queridos.
La sensación era de otro planeta. “Pe primera ve che aryrýi, naikuai mba’e ha’éta o ahevaera (La primera vez yo temblé, no sabía qué decir), nos cuenta doña Brígida González, de Isla Pucú, acerca de su primera experiencia de comunicación con su hija, que se le había ido a Buenos Aries. Entonces tenía 40 años.
En unas comunidades, poste con bandera; en otras parlantes y en otras, mensajeros. Fuera de Asunción, Villarrica, Concepción y Encarnación, el resto de los pueblos de la Región Oriental se manejaba a través de las cabinas telefónicas de Antelco.
Por diferentes vías, “el flujo de tráfico se hizo más rápido. Dentro del país se cubría todo el territorio”, exclama Congo.
El mundo de la capacitación era intenso y fraterno. Las mujeres iban con sus hijos, quienes pasaban de brazo en brazo. Las madres daban de mamar en clase. Las clases de capacitación en el IPT eran un mundo de mujeres operadoras. Con bajísima escolaridad por esos tiempos, esas mujeres, en tanto estudiaban operación de telefonías, terminaban sus grados de escuela y colegio.
Fue así que Graciela Congo se convirtió en la maestra de todas.
Pero desde lo mecánico y manual a Graciela le pasó por encima una tormenta: la informatización. De enseñar, en laboratorio, desde las ocho de la mañana, dactilografía, redacción, estética, fue un día al instituto y no encontró su máquina de escribir.
“Todos los laboratorios ya eran digitales, había un laboratorio de televisión, de informática. Computadoras e impresoras matriciales que parecían una cama de grande”, recuerda, abriendo enormes los ojos.
En los 80s “todo desapareció, todo era digital. La comunicación analógica despareció”.
Y en ese cambio, abrupto, “el sistema nos redujo a todos, incluso a los jefes”.
De vuelta a aprender todo de nuevo.
“Para tomar el mouse a mí me costó una semana. Y en más de una semana aprendí hacer un título (para sus clases) en Page Maker (un programa de diseño en computadoras). Era algo difícil. En mi vida no había visto”, sentencia.
Graciela siempre vivió donde hoy vive. En barrio Las Mercedes, Asunción. En su juventud iba “a pie por la vida”. Ríe. A su trabajo (Antelco, Gral. Díaz y Alberdi), iba en la Línea 6. Una vez, con su zapato de charol y medias de nylon, pisó, en el colectivo, una latona de achura.
Vuelve a reír.
Así, con olor a achuras, su uniforme azul, taco alto, camisa blanca, llegó “espléndida” a su lugar de trabajo. Sin aros ni hebillas, componentes que no podían usarse en telecomunicaciones.
Así, con sus equipos, coordinó la comunicación de varios eventos importantes como la visita de los reyes de España o la del Papa Juan Pablo Segundo en 1988, un año antes del derrocamiento de Alfredo Stroessner (1954-1989).
A partir de ahí, como con todas las cosas públicas, hubo una campaña de privatización muy fuerte que terminó con la línea aérea, la flota mercante, el Banco Nacional de Trabajadores y el paulatino vaciamiento de Antelco que, a fines de su privatización, pasó a denominarse Copaco SA (Compañía Paraguaya de Comunicaciones Sociedad Anónima).
Marta nos recuerda que telecomunicaciones no eran solamente hablar por teléfono sino que atendían sistemas de comunicación de barcos, aeropuertos y aviones. “Acompañábamos todo el proceso, enviábamos los informes técnicos, hacíamos auditoría…”
Teníamos, dice ella, una “excelencia” en casi todo. Las operadoras hablaban cuatro y cinco idiomas. “Era también auditivo el aprendizaje. De tanto escuchar e intentar comprender lo que al otro lado decían”, infiere.
Por alguna razón, el régimen de Stroessner cuidó en sus primeros tiempos que los mejores hagan lo suyo, pero luego, ya en sus últimos años, todo fue cambiando, hasta que, luego, con casi la misma gente de antes, se dejó “caer todo”.
La aparición de la telefonía móvil, efectivamente, dejó a Copaco marcando ocupado. Aunque intentó meterse en el mercado como un operador más a través de Vox, hoy es una empresa en decadencia “por la sed económica” de los dirigentes, suelta Martha.
Próxima entrega: El boom de la telefonía móvil