Asunción es “una ciudad que no nos ve y no nos escucha”, sentencia Sergio Palacios en un recorrido por el centro de Asunción con Carlos Cañete, también no vidente. Hace poco Sergio cayó en un pozo del centro. Carlos ya ha caído también en otro. La caminata con Sergio y Carlos desnuda una ciudad que, si bien es hostil para todos, lo es inmensamente más con las personas no videntes.
-Así que me robaste la escena, Sergio- ironiza Carlos al llegar a Tamo, el comedor sobre República de Colombia entre Yegros e Iturbe, definido como punto de encuentro y de inicio para la caminata.
-Sí, viste, ja, y vos por qué no denunciaste cuando caíste en el pozo
-Yo entré en pánico. No quise saber nada de nada.
-Ah…
El diálogo entre Sergio Palacios y Carlos Cañete es frugal, como el almuerzo que les congrega.
Sergio perdió la vista en la incubadora. Nacido antes de lo seis meses, la luz le cegó la retina. Carlos, por su parte, recién a los 28 años perdió la visión, por dos meningitis.
Sergio palpa, huele, escucha entero, vital. Se lo ve, se lo siente así.
De adolescente y más joven el vértigo lo apasionaba.
Así recuerda en detalles aquella vez que se lanzó en paracaídas desde un Cesna monomotor y cuando se fundió en un pogo. Esa marejada humana se sentía “increíble, maravillosa”.
-Y el mar, ¡ay, el mar!- exclama, por su parte Carlos.
Aquel 7 de octubre fue a su trabajo (Conatel). Atendió llamadas diversas de gentes que se quejaban de las operadoras telefónicas hasta por interferencia entre frecuencias radiales.
Cerca del mediodía, como lo hacía casi todos los días, fue a La Palmera a comprar comida para su hija, Juana, de 7 años. Pronto llamaría a un boltmoto para llevarle hasta la escuela De la Providencia, pero el vare’a lo dirigió al lomitero de Ayolas casi Presidente Franco.
Al cruzar Ayolas cayó en el pozo. Un pozo de un metro de profundidad.
Hasta ahora a Sergio le cuesta entender cómo no identificó el agujero con los testeos de su bastón. Cayó nomás, directo, y en esa caída llevó el rostro contra la pared del agujero.
Cuando comenzaron los agujeros sobre Presidente Franco para el cableado subterráneo, él se había hecho de un zapato con puntas de acero. De esos que usan los trabajadores de la ANDE y de la construcción vial. Cree que ese zapato lo salvó de una ruptura de piernas.
Lo usa ya permanentemente.
Con ese zapato y el bastón caminamos por República de Colombia y su continuación, Jejuí. En el camino va sorteando pozos con coberturas de hierro de Copaco esparcidas, veredas rotas, agujeros a los costados de las veredas, hasta que en la esquina de la Plaza Italia se queda sin vereda para seguir. Un montón de brazos y hojas de un enorme yvapovo tumbado le cierra al paso. Al costado, una caja de basura y arriba un cable doble que cuelga, precariamente, de una columna lo dejan ahí, atrapado.
“No puede ser así una ciudad capital. Es una mierda nuestra ciudad”, se repite.
A esa altura, ya estaba usando el bastón de Carlos Cañete, al quedarse doblado el suyo.
Ya por Ayolas, la vereda se vuelve muy estrecha. Sergio va sorteando cables, residuos, roturas de pisos y comenta que, en su condición, él necesita referencias claras para ubicarse. Un paso atrás, un paso adelante, girar hasta encontrar un piso firme. Y seguir. Así es su cotidianeidad.
“Es una ciudad que no nos ve y no nos escucha”, reflexiona un poco antes de que, ya en Herrera, lo intercepte un conocido. Le dice cosas. Más cerca de su trabajo, se lo siente en sus anchas. En ese trajín, en un dorado intenso de sol resplandeciente, cruzamos Palma, la primera calle del centro histórico sin cables al aire. Nos aproximamos al pozo del terror. Un poco antes, Sergio se encuentra con un pozo tapado por tablas entreabiertas tipo palets.
-¿Qué les cuesta poner una malla de seguridad. Qué les cuesta?- exclama Carlos Cañete.
En la esquina de Ayolas y Presidente Franco, los trabajadores apuran las obras civiles. Por esos pozos deberán pasar los cables que arriba, por los tendidos, han aumentado la sensación de que en el casco histórico de la ciudad capital caminamos por senderos del horror. Son obras que, según la planificación de la ANDE, deberán terminar en diciembre de este año. Comenzaron a principios de año y se hacen por tramos. Forman parte de lo que hoy llaman, de nuevo, un plan de revitalización del centro histórico de Asunción (CHA), liderado esta vuelta por la oficina de la Primera Dama. Anteayer presentaron el plan en el Hotel Crown Plaza.
Del pozo Sergio había salido solo, apoyándose en los codos. Llegó junto al lomitero con el cuerpo asediado de sudor y tierra. Y un hilo de sangre que del mentón derecho recorría el pecho. Entre transeúntes con la mirada a la nada o en el celular, nadie advirtió esto o a nadie tal vez importó. Al llegar a su trabajo, a punto de pedir el motobolt para llevar la comida a su Juani, sus compañeros lo llevaron a urgencias de IPS.
-Qué genial tener a Juani- exclama, un poco antes, Natalia, la pareja de Sergio.
Natalia recuerda que, en plena pandemia, Sergio, en la casa, con la nena, se encargó de todo. En tanto ella iba al trabajo, Sergio “le cambiaba los pañales, le daba el biberón, la comida. De todo”.
-Sí, la verdad. Genial. Juani me salva- responde al sortear una de las tantas dificultades a su paso.
No era la primera vez que Sergio y Carlos caían en un pozo o se reventaban contra un basurero o contra un coche mal estacionado. Pero un pozo es un pozo. Si a Sergio le pareció un acto contundente, único, a Carlos Cañete le pareció un salto en caída libre.
Una vez cayó en un pozo ciego que en la vereda un vecino suyo había mandado cavar. La última vez, ya en el centro de Asunción, en Azara y Brasil, “quedé en pánico, en shock, ya no quise salir más”.
Hace poco fue a Barcelona, España, para participar de un taller de guión para video juego. Cañete está trabajando un video juego en el que un no vidente debe sortear una cantidad de obstáculos en la ciudad.
Asunción, por lejos, es el gran escenario.

Los pozos que en Presidente Franco se cavan para el cableado subterráneo se han sumado a dos agujeros más en el centro asunceno. Al ya tradicional agujerito por la sustracción de la tapa del medidor de consumo de agua ha inundado el centro un agujero rectangular: la antigua caja de cables de cobre del teléfono de la línea baja.
Retiran la tapa y saquean la cuerda de cobre que la venden, en el mundo de reciclaje, a unos G. 40.000 el kilo. Quedan abiertos por semanas y meses, aún más en frente a las casas abandonadas, otro fenómeno del centro. Muchísimas casas en sucesión o en venta que caen todos los días sin contención y generan ese escenario en el que los no videntes lo sienten como un gran punto vacío.
Una cosa lleva a la otra. El abandono de las casas, la situación de las veredas, los cables revueltos y los agujeros sobreviven entre el tráfico infernal de día y la ausencia fantasmal nocturna.
Efectivamente, el centro de Asunción se debate en la desocupación de las viviendas por las antiguas familias.
Entre el 2002 y el 2012 unas diez mil personas habían abandonado el centro según el censo.
De 31.746 en el censo de 2002, una disminución contundente: 22.017 habitantes. A 15 años del último censo, al no haber una política de repoblamiento, ese número pudo haber bajado muchísimo más, incluso duplicado.
El plan de revitalización
Bajo la coordinación de la Oficina de la Primera Dama el gobierno paraguayo ha lanzado su plan de revitalización del centro histórico. Como parte de este plan figura el cableado subterráneo. Ya instalado en Palma, ahora apuran en Presidente Franco y más adelante irán por la calle Paraguayo Independiente, la calle que pasa por los organismos del Estado más simbólicos: el Parlamento y el Palacio de Gobierno y termina en el Puerto de Asunción.
Y como propuesta económica, aparece la reducción del impuesto inmobiliario
Así, el 30 de setiembre pasado, la Junta Municipal de Asunción aprobó una ordenanza municipal que reduce hasta un 52% el impuesto inmobiliario en el CHA. La medida entrará en vigencia en 2026.
¿Bastarán estas políticas para devolverle a la capital su aire antiguo de ciudad de los jazmines, de la escalinata, del tren, del puerto, del tranvía…?
Texto: Julio Benegas Vidallet
Fotos: Sandino Flecha
Colaboradores: José Caballero y Leticia Correa